Bosques y máquinas//

“Somewhere Nabokov is smiling, if you know what I mean"



Robots y conservas de duraznos
21.11.09 @ 2:17 a. m.

Abrí la lata con cuidado para no cortarme algún dedo como hace poco. Un bip bip sonó. Algarabía, me llamaban desde el fin del mundo. Escuché un coro que con parsimonia me gritó ¡ somos tus robots enamorados!. Mientras comía un pedazo de jugoso durazno, tosí y al ras de atorarme, dije: aah, cuánto amor a distancia, yo sólo quiero un robocop genuino. Tráiganme uno.

Mis dos amigos que son una pareja paradigmática, coleccionista de muñecos de Matrix, caminantes indestructibles, arcadefireanos extremos y sobretodo unos impenitentes viajeros, se rieron de mí. Lo cierto es que hubiera sido extrañísimo que no lo hicieran. Saben que vivo en una habitación que es una especie de cubículo con placards en sus cuatro paredes y que no duermo regularmente. Pero al final se descubren y nítidamente escucho sus suspiros, sus no te dejes joder por nadie en el país de los descalabros y las playas adorables. Los imagino inquietos en alguna supertienda, comprando a Robocop con cabello natural, los veo cantando amor artificial en la cama, olorosos después de un día de retos y de todo ese vaivén del carajo, comiendo al final del día, como yo, duraznos de lata y riéndose de mi gran capacidad para ser alguien ojerosa, flaca e imposible ante el arduo zig zag de la vida.

Una hipermoderna sucesión de fotogramas llegará en un paquete en unos días. Espero que al abrirlo aparezca Robocop y que mis amigos sepan allá en una calle cualquiera del mundo que intentaré verlos en uno de los veranos, cargada de conservas y coralillos, sin el ultracaparazón de la soledad. Trac.


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De regreso tram tram
12.1.08 @ 10:51 a. m.

Volví a una bitácora que hace tiempo no leía. La lealtad a un blog se determina por detalles, generalidades, y por algo indefinible como lo que sucede cuando eres fiel a una amistad aunque pase mucho tiempo. Nada de cielos o infiernos, materiales inflamables que arden al mínimo contacto con una sustancia corrosiva. Por ejemplo Film X podría ser considerada como la secuela de un proceso y no sería fallido verlo de esa manera, sólo que no es lo único. Hay mas y más porque es simple y complejo ser humano. Lo inhumano se filtra en las noches solitarias sintiendo a la ciudad en su vastedad, y estás pasando el jugo de naranja, así que tu garganta se humedece y hay color en el aire. Sí, raro. O cuando ya no hay mate y cada objeto cercano está tocado por la soledad propia. Todo se conecta con uno y uno se conecta con todo. Así que a pesar de lo nebulosa y turbia que se torna la vida, hay resquicios de días que no volverán, de noches marcadas por el insomnio y el agotamiento. Leer un blog lleno de violentos relatos puede ser grato en ese sentido tarantiniano que te sacude y te recuerda que hay demasiada debilidad en la gente y que tú no eres la absoluta excepción. Que transpiras frío cuando manejas la bicla en verano, por las calles pequeñas de tu barrio. Aún hay algún rascapies tirado en la pista y si llueve finamente, es lindo. Como si toda la violencia fuera lavada por la lluvia en un instante. Manejas la bicla y recuerdas el relato sobre la ciudad plena de gente maligna. El hombre que destroza el cráneo de un proxeneta y la muchacha que bebe su esperma llorando, putos y asesinos marcando el ritmo de la ciudad. Pienso que Lima aún no es tan feroz como Madrid y luego no, a veces puede serlo, no cada día ni a cada hora, mas sí, y me reduzco por un instante a un puñado de huesos crujientes, a una voz susurrante, una niña acurrucada en su espacio oscuro. Abro los ojos y vuelvo a leer, recordando de pronto al criminal del martillo que nunca pasó hambre. O sí, siempre tuvo hambre de vida. Era un chico ensimismado, extraño y solía andar solo como un perro expulsado por otros perros.
Era un sufriente desalmado que mató a una adolescente risueña.

En mañanas como ésta cuando el sol quema la piel y los niños juegan en las calles o salen con sus skates hacia las playas, tengo nostalgia de los bosques que no conocí. Todo eso se repite, digo, la sucia nostalgia, la sensación de no pertenecer a algún lugar aunque después sienta que la ciudad es el espacio irreemplazable y que los libros esperan en estanterías, mientras la palabra placard resuena maravillosamente cual irrupción que corta la escena negra. Un sonido, una pronunciación cual mantra de tránsito. Negra la vida, negro el universo, todo lo mejor negro y a color cuando lees quizás un cuento donde el movimiento es constante como un péndulo ligero y el soundtrack tiene la voz de Lou Reed que se pregunta por qué no puede ser un hombre bueno.

Querrías ser violento como Harry el sucio o como Raskolnikov, o tal vez como Robocop, justiciero e inmisericorde, racional como una máquina reestructurada entre cyborgs, un vengador separado de las burocracias, un estudiante hosco amado por alguien que no sabe orar y que siempre ora a su modo, como los mártires inconscientes que pululan por la ciudad incendiaria. O no puedes ser ese hombre bueno del cuento, eres la mujer, eres el hombre que camina sin mascotas, sin nada por la ciudad rota, por la ciudad recompuesta, rearmada después de las convulsiones de ayer y Lou se pregunta otra vez por qué la bondad es difícil. Nosotros salimos de casa y en los paraderos de los autobuses, algo sabemos, poco a poco o de golpe, como extranjeros torpes en medio de una metrópolis hostil, exudados sin coca cola ni zapatillas nike, solitos y de alguna manera libres.

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